Los Cristeros de Coalcomán Michoacán El Grito de Guerra
Públicamente manifestaron su regocijo, los cristeros de Coalcomán, cuando se declararon en abierta rebelión contra el tirano y su usurpador gobierno de Calles, el 26 de abril de 1927. ( Ya antes el General Gutiérrez había tenido la primera reunión militar por el rumbo del Cobre, en la que se ganó al primer Jefe Cristero, Don Sebastián Guillén, que todavía vive en Coalcomán).
Se reunieron en la plaza del Kiosco las deficientes tropas de paisanos y rancheros bajo la vigilancia de los jefes y oficiales subalternos, que se encontraban reunidos en el Kiosco; desde ahí hablaban a los has entonces campesinos y ahora soldados y los arengaban para que lucharan sin temor.
Tenían ya su hermosa bandera tricolor con la Virgen de Guadalupe al centro, allí mismo se las habían bordado las mujeres del rancho. Tenían también un clarín de órdenes, era un soldado del gobierno que se había pasado a las filas cristeras con su mausser, 200 cartuchos y su trompeta. El asombro y la novedad se reflejaban en el rostro de los vecinos al contemplar aquella concentración de soldados improvisados, la mayoría rancheros de los innumerables poblados del distrito Coalcomanense. Aquellos hombres casi todos jóvenes de color blanco, pues descendían de Cotija, que son en su gran mayoría de origen español (no francés, como se opinaba comúnmente), pues los franceses durante la época de intervención, en 1864 solamente llegaron hasta el “Guayabo” cerca de trojes. Allí fueron derrotados al mando de los valientes guerrilleros Francisco y Antonio Guzmán y Julio García, a este último se le atribuye que, personalmente en duelo formidable digno de los tiempos medievales, dio muerte, con arma blanca, al comandante francés, “Conde de Berthelaim”… Ese choque con los franceses, fue en verdad espantoso, una lucha sin cuartel en la que nadie pidió tregua y de la que, afortunadamente, salieron vistoriosos los mexicanos; un afán suicida de matarse sin piedad, los heridos que caían al suelo morían irremediablemente bajo las patas de los caballos o los remataban los enemigos a culatazos y a puñaladas… Quedó el terreno, en la que había una granjenera espesa y abundantes huizaches mareños y órganos, tan desolado que un ranchero de aquellos contornos, que participó en la refriega exclamó: “La tierra donde peleamos quedó chaponeada y barbechada que parecía que íbamos a sembrar frijol”…
Pues bien, una vez aclarado que los vecinos de Coalcomán y sus principales rancherías, descienden de sangre española, en su mayoría, volvamos a contemplar a los primeros cristeros que dejamos formados en la plaza.
Desde luego, llama la atención su indumentaria típica, nunca se pusieron uniforme. Solamente los jefes que vinieron del centro como el General Gutiérrez y su hermano Teódulo; Guizar Morfín, González, Romo y Acosta, traían sus pantalones militares de bomba, con polainas, las pistolas automáticas 45, anteojos de campaña y sus espadas. Los demás oficiales aunque fueran generales, como los valientes hermanos Guillén, eran rancheros acostumbrados a la vida semi-salvaje de las inmensas montañas de la Sierra Madre y de los misteriosos y solitarios barrancos de la costa michoacana. Curtidos a la intemperie y quemados por el sol tropical, avezados a toda clase de sufrimientos sin importarles ni el hambre ni la sed; ni los hielos ni las brumas humedecidas del mar… A veces hasta cogían toros brutos y ganado alzado, criado en el cerro como las fieras… Me platicaba Don Francisco Guillén que él, a punta de carrera, a pie por aquellos precipicios y lugares horribles, entre las rocas y abismos de las montañas, algunas veces había cogido esos animales montaraces y solamente le daban por cabeza… ¡Cinco pesos!...
Aquellos soldados casi no usaban pantalones ni chamarras, andaban en calzón blanco, hecho de manta muy fuerte, sujetado por un rojo ceñidor y amarrado por sus extremidades en los tobillos con dos cintas del mismo género. Sus huaraches dobles engarbancillados; sombrero de tejido doble llamado colimoto; camisa cubierta por su inseparable gabán de lana. Algunos ya traían carrillera de parque mausser, de 30-30, calibre 45 ó 38, la mayor parte de parque que traían era reformado, del que tenían en sus jacales para matar venados. Otros tenían sus pistolas y carabinas de taco… Esa es una estampa de los defensores de la Religión; miseria en su cuerpo pero en sus ojos, en su sonrisa, en toda su porte, se manifestaban el entusiasmo, el gusto, la temeridad y el ansia de aventuras y de luchas con adversarios poderosos.
Les llegué a preguntar si no les daba miedo al ver una tropa tan imponente, que son los soldados en formación de guerra, y si no temían enfrentarse a hombres equipados con armas tan precisas, y me respondieron:
“ El miedo es al principio, pero después de los primeros balazos hacemos de cuenta que es un juego o una diversión… Mientras más ruido hagan con sus ametralladoras y granadas y cañonazos, porque hasta cañones de campaña llevaba Domínguez en su columna, más oportunidades tenemos de localizarlos; no nos sorprende la chilladera de las balas, más bien nos da gusto y nos entretienen con tanto ruido… Ellos tiran al tanteo, nosotros apuntamos y solamente cuando vemos blanco seguro disparamos. Así no se nos va ninguno.
Fuente: LOS CRISTEROS DE COALCOMÁN del SR. PBRO. DON ANTONIO BARRAGÁN
Págs: 11,12 y 13.
P.D. Este ensayo fue escrito en los años 60´S , por ello algunos de los mencionados ya no están con nosotros. Hasta la próxima.
Retomado de Coalcomán cultural dejo el Facebook https://www.facebook.com/pages/Coalcom%C3%A1n-Cultural/479632215400619?fref=ts
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